Estuve presente en la sesión de la mañana, sábado 30 de septiembre, de la Conferencia General semestral de la Iglesia SUD en Salt Lake City. A diferencia de muchos amigos, conocidos y otras personas, miembros de la Iglesia, así como también de miembros de Afirmación, he preferido ver el vaso medio lleno y no el vaso medio vacío.
Desde un principio, he asumido que élder Oaks solamente se limitó a repetir y reafirmar la enseñanza tradicional de la Iglesia mormona que se resume en La Familia. Una Proclamación para el Mundo, que ya todxs conocemos. Y es por eso que no le he dado mayor importancia. Entiendo perfectamente, sin embargo, la desazón que ha embargado a tantxs miembros LGBTI de la Iglesia SUD, porque no viene a significar —en lo más mínimo— un esfuerzo por construir puentes de entendimiento, ni tampoco por ayudar a lxs hijxs LGBTI de Dios a reconciliarse consigo mismos, con su Padre Celestial ni con su entorno. El retiro de muchas personas de la Conferencia por este discurso extemporáneamente negativo es una señal clara de que se está hiriendo en el alma a la comunidad mormona LGBTI, pero también a sus familias y a su entorno inmediato.
Personalmente, creo que el discurso de élder Oaks (https://www.lds.org/general-conference/2017/10/media/ session_1_talk _6?lang=spa) no viene a decir nada nuevo sobre la postura de la Iglesia SUD sobre la familia tal como es vista desde la doctrina eclesiástica. Y ya sabemos que se necesita que pase mucha agua bajo los puentes para que se avance en esta materia.
Aunque no me he sentido tocado ni condenado en lo más mínimo por las palabras del apóstol, sí me entristece el hecho de que tales palabras pueden herir y causar mucho dolor y sufrimiento a muchísimas personas. Es cierto que yo espero que las personas, a estas alturas de la historia, sepan cómo reaccionar y cómo tomar discursos de esta clase y tenor. Pero también sé lo difícil que es en demasiados casos y circunstancias el discernir las cosas para separar las cosas y atesorar lo que es realmente la Palabra y la Voluntad de Nuestro Padre Celestial. Pienso en el sufrimiento innecesario que se ha causado nuevamente a tantas y tantas personas que miran a la Iglesia y a sus líderes buscando paz, armonía, amor, consuelo y guía. Y en vez de eso escuchan de condenación, discriminación, odios, desamor, y hasta sienten que, en esas palabras de sus líderes, Dios mismo les ha desechado. Y no es así.
Indudablemente, tenemos arraigado el escuchar y aceptar las palabras de nuestros líderes, sean del rango que sean, como la voz misma de Dios, como si en realidad Dios mismo estuviera hablando por ellos. Pero esa no es la realidad efectiva. Es simplemente el discurso de alguien que desea fervientemente servir de la mejor manera a su llamamiento. Aunque se ha equivocado porque, si bien ha apelado a la autoridad del Señor, no ha hablado por Él. Y no lo ha hecho simplemente porque ha dejado de lado lo que es lo más importante en la propia Escritura: el Amor. El discurso o el mensaje más importante que un apóstol puede brindarnos no es el que se refiere a la familia, al gobierno, a la política, o cosas por el estilo. Son importantes. Pero no son vitales. El mensaje más importante tiene que ver con el amor. Ama a Dios con todas tus fuerzas vitales y con cuanto eres y tienes, y a tu prójimo como a ti mismo. Ese es el mandato central de Jesucristo. Y de eso habla el Evangelio. Indudablemente, las declaraciones destempladas de élder Oaks no tienen ni la fuerza ni el poder para influir en los corazones ni en las almas de lxs verdaderxs hijxs de Dios. Lo hubiera logrado si hubiera hablado del amor de Dios, de su infinita misericordia y de su compasión.
Por ahora parece ser que lo aconsejable y prudente es seguir trabajando en aquellos puntos de coincidencia con la Iglesia. Pero, al mismo tiempo, se deben redoblar los esfuerzos por alcanzar y ayudar a aquellas personas que nuevamente sentirán que las autoridades de la Iglesia les vuelven a clavar un puñal en su corazón.
Después del discurso intolerante de élder Oaks, que considero inserto dentro de la mentalidad mormona fundamentalistamente tradicional y conservadora, hay que volcarse a las necesidades de esas personas que sufren y volverán a sufrir por esa innecesaria apelación a la condena, necesidades que muchas veces serán hasta imperceptibles, pero que significan un peligro real. Tenemos que trabajar muy duro para salvar vidas, individualmente y como grupo.
El discurso de élder Oaks utilizó toda la carga emocional que conlleva para el mormonismo la familia para construir, a partir de eso, una condena a las personas LGBTI. Muchos se sintieron muy tristes al escuchar, con estupor, sus palabras. Esas palabras demostraron insensibilidad, imprudencia e indiferencia por el sufrimiento ajeno. Fue como ver a los religiosos judíos pasar junto al malherido en el camino a Jericó y no auxiliarlo, como en la parábola de Jesús sobre el Buen Samaritano. Esa es precisamente la sensación que quedó en muchos. ¿Tiene que venir alguien de fuera de la Iglesia para mostrar lo que significa el amor al prójimo? ¿A enseñarnos a amar? ¿Cuánto se valora la vida de un(x) hijx de Dios dentro de la Iglesia?
Y, después de todo, si hemos entendido bien el Evangelio eterno, tenemos que saber que, así y todo, son más dignos de lástima los líderes que se apegan a la letra y no escuchan al espíritu ni se dejan llevar por la sana doctrina del amor. Ellos tendrán que labrar su salvación con lágrimas de arrepentimiento por todo el mal que causan y todavía causarán a tantxs hijxs de Dios. Vayan para ellos nuestra lástima, pero también nuestro perdón, perdón incondicional, como lo es el amor de Jesucristo —quien murió por nosotros, pero también por ellos—...
"... y el guardián de la puerta es el Santo de Israel; y allí no emplea ningún sirviente, y no hay entrada sino por la puerta." (2 Nefi 9:41.).
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